La soledad


La soledad es la eterna y amarga compañera, es como nuestra sombra, a lo largo de toda la vida, nunca cesa en su empeño de estar presente, aunque haya momentos en que se esconde y parece que por fin hemos dejado atrás esa sensación, ella siempre vuelve. Es la fiel compañera, la que nunca te abandona del todo, como un matrimonio de los de antes...

Yo quiero el divorcio.

No me gusta su compañía, yo quiero elegir mi sombra, y no la elegiría a ella...umm... o quizás ser como peter pan, sin sombra... y aún encima sin hacerse mayor...Sí, eso quiero, quiero irme a Nunca Jamás, ser un niño perdido, jugar todo el día, disfrutar de la isla, las peleas con Garfio, de los cuentos de Wendy, de volar bajo las estrellas con Peter y de escuchar el tintineo de las alitas de Campanilla...
Que bonito es soñar...
Pero ella está ahí, acechando, esperando su momento estelar para aparecer, cuando la oscuridad aparece en nuestros alrededores, cuando el ánimo está escondido, cuando reflexionamos sobre nosotros, la vida y lo/s que nos rodea/n, cuando nos sentimos pequeños y débiles...
Soledad no te quiero, desaparece de mi vida, porque estoy luchando, y yo no cejaré en mi empeño, te venceré, ya he ganado varias batallas y es sólo el principio...es mi declaración de guerra.

Comentarios

Anotherdia ha dicho que…
Precioso Noa. Como duele a veces y como te clava el puñal, ahí en medio del pecho.
Soledad, que tanto quiero.
Soledad, y a la vez huyo.
Besos.
Unknown ha dicho que…
De la soledad absoluta

Los periodistas ya han terminado sus entrevistas, los editores han tomado el tren de vuelta a Zurich, los amigos con los que he cenado se han ido a casa, y yo salgo a pasear por Ginebra. La noche es particularmente agradable, las calles están desiertas; los bares y restaurantes, llenos de vida, todo parece absolutamente tranquilo, en orden, hermoso, y de repente...
Y de repente me doy cuenta de que estoy absolutamente solo.

Sé que ya he estado solo muchas veces este año. Sé que, en algún lugar, a dos horas de vuelo, me espera mi mujer. Y sé que, después de un día tan agitado como el de hoy, no hay nada mejor que pasear por las callejuelas y los rincones del casco antiguo de Ginebra, sin tener que hablar de nada con nadie, contemplando sin más la belleza a mi alrededor. Sólo que esta noche, por alguna razón que desconozco, este sentimiento de soledad es extraordinariamente opresor, angustioso, no tengo con quien compartir la ciudad, el paseo, los comentarios que me gustaría hacer.

Por supuesto, tengo un teléfono móvil en el bolsillo, y un número considerable de amigos en esta ciudad, pero es ya muy tarde para llamarlos. Considero la posibilidad de entrar en algún bar y tomar una copa. Con casi total seguridad, alguien me reconocerá y me invitará a sentarme a su mesa. Pero pienso también que es importante llegar al fondo de este vacío, de esta sensación de que a nadie le importa si uno existe o deja de existir, así que continúo caminando.

Veo una fuente y recuerdo que estuve allí el año pasado, con una pintora rusa que acababa de ilustrar un texto mío que había escrito para Amnistía Internacional. Aquel día apenas intercambiamos palabra, tan sólo escuchamos el chisporroteo del agua y la música de un violín que venía de lejos. Cada uno estaba sumido en sus pensamientos, pero los dos sabíamos que, aunque distantes el uno del otro, no estábamos solos.

Camino un poco más, en dirección a la catedral. Miro al otro lado de la calle; hay una ventana medio abierta y a través de ella veo en el interior a una familia hablando. La sensación de soledad aumenta, imparable; el paseo nocturno es ahora un viaje noche adentro, en el que busco el significado de sentirse completamente solo.

Empiezo a imaginar cuántos millones de personas, en este momento, por más ricas o encantadoras que sean, se sienten absolutamente inútiles y miserables, porque también están solas en esta noche, como lo estuvieron ayer, y como posiblemente lo estarán mañana. Estudiantes que no encontrarán con quien salir esta noche, ancianos delante de la televisión como si fuera su última salvación, hombres de negocios en sus habitaciones de hotel, preguntándose si tiene algún sentido lo que hacen, ya que en este momento sólo sienten la desesperación de estar solos.

Recuerdo un comentario oído durante la cena: alguien que acababa de divorciarse decía: “ahora tengo la libertad con que siempre soñé”. Es mentira, nadie quiere ese tipo de libertad, todos queremos un compromiso, una persona que esté a nuestro lado viendo las bellezas de Ginebra, hablando de la vida, o simplemente compartiendo un bocadillo. Mejor comer una mitad que comer uno entero y no tener con quien compartir nada, aunque sea un poco de comida. Es mejor pasar hambre que estar solo. Porque cuando uno está solo (y no hablo de la soledad que escogemos, sino de la que aceptamos resignados) es como si dejase de formar parte de la raza humana.

Comienzo a caminar hacia el hermoso hotel del otro lado del río, con su confortable habitación, sus atentos empleados, su servicio de primerísima calidad. Dentro de un rato estaré durmiendo, y mañana esta extraña sensación que, no sé por qué, me ha arrebatado hoy, será sólo un recuerdo remoto y extraño, pues no tengo motivos para afirmar que estoy solo.

Camino de vuelta, me cruzo con otras personas solitarias, tienen dos tipos de miradas arrogantes (porque quieren fingir que escogieron la soledad en esta linda noche) o tristes (porque consideran que no hay nada peor en la vida). Se me ocurre que podría hablar con ellas, pero sé que se avergüenzan de su propia soledad. Tal vez sea mejor dejar que lleguen al límite y se den cuenta de que hay que ser osado, hablar con desconocidos, descubrir lugares donde conocer gente y evitar ir a casa a ver la tele o leer un libro. De otra manera, se perderá el sentido de la vida, la soledad se habrá convertido en un vicio, y el largo camino de vuelta en dirección al ser humano se habrá perdido para siempre.
Paulo Coelho.

Esto fue lo que más me gusto del libro “El Zair”. La verdad es que me sentí tan identificado con ello. Amo a la soledad deseada, no a la forzada.
Un abrazo Noa.
Jean H.

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