Soñando sueños


Sonaba el despertador, mezclado con el sueño estraño que durante la noche había ocupado su mente, estiró el brazo y palpó hasta poder apagarlo. No quería levantarse, el cuerpo le pesaba y sentía que no había descansado a pesar de haber dormido casi 8 horas.
Hizo un esfuerzo y encendió la pequeña luz de la mesita de noche, se sentó en la cama y se giró para comprobar que no había despertado a su marido. No, seguía profundamente dormido, seguramente había llegado muy tarde la noche anterior.
Se dirigió al baño y abrió el grifo de la ducha, se desvistió y dejó que el agua la reconfortara y la ayudara a tomar fuerzas para afrontar el día.
Preparó café y tostadas y se sentó tranquila a desayunar en silencio, pensaba en lo largo que se le haría el día en la oficina, como siempre, y un halo de tristeza se instaló en su rostro.
Agarró su maletín y cogió las llaves del coche.
Atasco de nuevo en la avenida, otra vez llegaría tarde, aunque no le importaba demasiado, bastante horas regalaba todos los días a su empresa...
El pitido al fichar en la entrada hacía de pistoletazo de salida a las horas eternamente lentas del día.
Encendió el ordenador y se quedó un rato observando el fondo de pantalla.
Durante las siguientes horas hizo ver que trabajaba, entreteniéndose de más en las pocas tareas que tenía. Sin hacer demasiado caso a lo que ocurría a su alrededor, casi se había convertido en una autómata, no tenía ilusión en lo que hacía, pero necesitaban el dinero, las cosas no eran fáciles, y no podía permitirse dejar el trabajo.
Llegó la hora de comer y regresó a casa. El silencio era la única compañía allí. Quitó el envoltorio de plástico que cubría el plato precocinado que disafrutaría ese día. Escuchaba el tic tac del microondas como el tic tac de su reloj vital.
Se sentó frente a la tele apagada y siguió un rítmico ir y venir del tenedor a la boca.
Recogió lo poco que había ensuciado y fué al baño a lavarse los dientes y refrescar el rostro. Se miró en el espejo.
Que había pasado con su boca...sus ojos, el color de su piel...parecía como si su rostro se fuera difuminando con el paso de los años. Cada vez le costaba más reconocerse.
De vuelta a la oficina a seguir la rutina unas horas más.
Salió cuando ya el día llegaba a su fin, la gente hacía las últimas compras y recados. Todo el mundo se dirigía sus casas a encontarse con su familia. Y ella sólo podía pensar que cuando llegara a casa no habría nadie para recibirla.
Abrió la puerta y la abrazó la oscuridad, encendió la luz de la habitación y se sentó en la cama. Se quitó lentamente los zapatos estrechos que tanto daño le hacían, muy lentamente, recocijándose en el dolor que le producían y el alivio que sentía al mismo tiempo. Quizá ese ritual diario le recordaba que seguía viva.
Se dejó caer en la cama. Hoy no cenaría, quizás así perdiera algunos quilos que le sobraban desde hace mucho tiempo. Había dejado de preocuparle su aspecto, sin saber muy bien cómo y cuando pasó. Recordaba lo coqueta que era de joven, cuando le daba vergüenza bajar la basura en zapatillas y se arreglaba por si alguien la veía.
Hizo un esfuerzo por intentar recordar que había pasado para llegar al día de hoy de esa manera. Sola, infeliz, sin ganas de nada... quiso descubrir el motivo por el que ya nunca se maquillaba, cuánto tiempo hacía desde la última vez que había ido de compras o cuando había sido la última visita a la peluquería...
Que importa, pensó, al darse cuenta de que hacía demasiado tiempo y que las respuestas sus preguntas no la reconfortarían, le costaba enfrentarse a su realidad. Despejó su mente de esos pensamientos mientras se incorporaba de nuevo.
Miró el reloj. Las diez de la noche. No sabía qué hacer con el tiempo que restaba para la hora de dormir. Pensó en cocinar algo para cuando regresara su marido. Pero quizá ya hubiese cenado antas de regresar a casa...
Se dedicó a planchar camisas mientras su mente empezaba a imaginarse situaciones. A veces le ocurría, su mente volaba e imaginaba que le ocurrían cosas fascinantes.
Soñó con un lugar lejos de su ciudad, en un pequeño bar con poca gente, una noche de invierno. Se vió sentada en la barra, con un cigarro en la mano y una copa de martini recién servida. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, con los ojos maquillados y los labios de color carmín. Llevaba un vestido negro entallado, que dejaba ver sus hombros y sus piernas cubiertas de unas medias transparentes de color negro. Sus pies se rodeaban de unos preciosos zapatos rojos de charol, de altos tacones y con una cinta que rodeaba sus tobillos.
Sonaba una musica agradable y había una ligera niebla producida por el humo de los cigarrilos.
Vió a un hombre algo mayor que ella, con algunas canas en su pelo y unas pequeñas arrugas en los extremos de sus ojos. Estaba sentado al final del bar, observando una pequeña caja de cerillas que reposaba al lado de su mano apoyada en la barra.
Ella se quedó mirando la calma que desprendía aquel hombre, al que parecía no importarle que las horas pasaran por su lado sin tocarle.
Empezó a sentir la necesidad de saber algo más sobre aquel personaje que había llamado su atención, quizá porque era el único hombre en el bar que no la había mirado ni una sola vez.
Le hizo una seña al camarero y le dijo que le pusiera una copa a aquel hombre de su parte. Así lo hizo el camarero, algo sorprendido por el atrevimiento de aquella hermosa mujer.
El hombre levantó la mirada al acercarse el camarero, y dirigió su mirada hacia ella mientras esbozaba una pequeña sonrisa. Agarró la caja de cerillas y la copa, y se dirigió a su encuentro.
Dejó la copa al lado de su martini, ella agarró un cigarro con el que calmar sus nervios. Él sacó una cerilla y le dió fuego mientras ella lo miraba directamente a los ojos, hasta que se encontró con la mirada profunda de él que la ruborizó.
Se sentó a su lado, quizás de masiado cerca, y rozó su pierna al subirse al taburete. Ella no se movió, dejo que su mano recorriera aquellos pocos centímetros de sensibilidad.
No hablaron, se acompañaron sin querer y cruzaron alguna mirada. Las palabras sobraban, los dos sabían lo que querían, y se entendían.
Terminaron sus bebidas y el la ayudó a ponerse el abrigo de paño. Ella se encaminó a la puerta contoneándose con su único estilo y giró su cabeza para regalarle una pícara mirada de complicidad. El dejó algunos billetes sobre la barra y cogió su caja de cerillas que delizó en el bolsillo de la americana. Salió tras sus pasos.
Ella caminaba decidida hacie el pequeño hotel situado a pocas calles de allí. Abrió la puerta y dejó que él entrara, le hizo un gesto para que la siguiera escaleras arriba. El no dejaba de observar suspreciosas piernas ante su rostro, subiendo cada escalón, manteniendo el equilibrio en aquella altura que le proporcionaban los finos tacones rojos.
Llegaron al cuarto y ella encendió una pequeña luz roja que hizo que aquella vieja habitación maltratada por el tiempo pareciese algo más acojedora.
Se acercó a él sin dejar de observar sus ojos, dejó que su cuerpo rozará el de él y agarró sus manos entrelazando sus dedos. Se quedaron un instante quietos, observándose y descubriendo que sus ojos contaban historias muy parecidas. Ella le besó, suave primero, fugaz...y él la respondió después, lento y profundo. El carmín se difuminó en sus labios, notó su sabor y sonrió.
Le acompañó a la cama e hizo que se sentara. A ella le gustaba llevar el control, dejó que la observara miestras desabrochaba unos por uno los botones de su vestido hasta dejarlo caer sobre la roída alfombra. El observó su cuerpo de piel clara, de medidas perfectas, la recorrió con la mirada desde sus tacones rojos hasta su tez demasiado maquillada. Sintió compasión por ese rostro de niña maltratada.
Ella siguió su ritual durante toda la noche, se dejó sentir princesa, demostró su elegancia y su saber hacer, hasta que sonó un toc toc en la puerta que los despertó de su extenuación. Ella lo miró tumbada en la cama, con ojos complacientes y tristes.
Él acarició su rostro, observó sus ojos emborronados del maquillaje negro y sus labios pálidos. Decubrió a la luz del alba las marcas de su piel, recuerdos de tantos sueños rotos, las cicatrices de antiguos amores de bar.
Se incorporó y se vistió sin dejar de observar aquel cuerpo que le había amado tanto aquella noche, tan entregado y suplicante de afecto.
Dejó un fajo de billetes en la mesilla junto a su caja de cerillas y se fué sin despedirse.
Ella se quedó un rato observando la puerta, pensando que quizás volviera a abrirse y por fin sus sueños se pudieran hacer realidad. Pero no fué así, sólo se oyó la voz profunda del recepcionista diciéndole que debía pagarle el alquiler sino quería que la echara a la calle.
Agarró el dinero de su mesilla y abrió la puerta a quel viejo señor que la miraba condenando. Le entregó el dinero y cerró la puerta. Observó la caja de cerillas en sus manos y descubrió la imagen de un zapato y el nombre de un club. Le dió la vuelta y leyó un numero de teléfono escrito a boligrafo junto a la palabra gracias.
Sintió un dolor agudo y pegó un grito. Se había quemado con la plancha. Corrió al baño a refrescarse con agua la quemadura y se estremeció al haber despertado tan de golpe de su ensoñación.
Desenchufó la plancha y se dirigió a la habitación. Abrió el armario y rebuscó hasta encontrar al fondo un bonito vestido negro. Lo dejó sobre la cama y sacó también unas medias y unos preciosos zapatos rojos de alto tacón. Se maquilló los ojos de negro y pintó sus labios de rojo carmín. Encendió una vela roja en la habitación, se vistió tranquilamente y se sentó coqueta en la cama. Miró el reloj, la 1 de la madrugada.
Se oyó el ruido de la cerradura y unos pasos que se acercaban. Su marido entró en la habitación sorprendido de encontrarla despierta. La miró de arriba abajo sin hablar, sonriendo al verla vestida de aquella manera.
Aquella noche desapareció todo. Se amaron de nuevo. Sin hablar, notando el sabor a carmín.
Hasta que sonó de nuevo aquel despertador. Ella se desperezó y encendió la pequeña luz de la mesita de noche. Abrió el cajón de la mesilla y sacó una vieja caja de cerillas. La dejó sobre la mesita y observó a su marido dormido sobre la cama. Sonrió.
Hoy todo le pareció mucho mejor que ayer, pediría cita en la peluquería y quizá al salir se fuera de compras.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hizo lo posible para desprenderse de Él, fué el amparo visual durante las horas de vigía de aquel hombre, pero los sueños no podian permanecer mucho más tiempo en su piel, en su paladar, en su mente,....
Tras la ducha, consiguió desapegarse 'El Sueño' de aquel hombre, esa misma noche ya no estaría con Él, ahora era turno de empapar las horas de vigía de Ella.

No volvio a saber más de aquel hombre, porque,....olvidó soñar.
Victor ha dicho que…
genial!! balla sueño.

hola noa espero que toda valla bien, yo aqui visitando a los amigos y como siempre es un plaser leerte.

cuidate quieres
te quiero
bye

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